29.4.16

La (des)confianza

Sabía, antes de que ella comenzase a hablar, que esa conversación lo cambiaría todo. Lo había intentando rehuir pero no podía retrasar más el enfrontarse a abordar el tema que pocas horas antes estalló y salió a flote de forma repentina. Era sorprendente cómo ella hablaba sin titubear, argumentando todo con unas ideas presuntamente claras y lógicas. Él escuchaba y analizaba como, en su cabeza, en silencio, iban naciendo nuevas dudas. Y se quedó mudo, pensativo, sin entender nada. Eran en ese momento dos polos opuestos: la persona que hablaba lo veía todo claro mientras que la que escuchaba no entendía nada. Ante esa aparente indiferencia ella lo retó a que contestara, a que se enfadara; como si no lo conociera de nada. Las emociones se pueden mostrar -o camuflar- de muchas maneras diferentes. A veces la indiferencia es la peor de las respuestas. A veces el silencio es lo que más te hace reflexionar. Y es que, sin duda, se sentía traicionado. No por el contenido del discurso sino por la forma. La confianza se había roto. Y es curioso como algo que se tarda años en construir se puede destruir en pocos minutos. Como la magia de un castillo de naipes. Es como cuando una pareja entiende que no volverá nunca al estado de locura inicial. Que no toca, que no corresponde. Que es mejor entender el momento actual que querer crear una situación artificial que recree una situación espontánea y natural irrepetible. Hay líneas que, una vez traspasadas, se pierden de vista para siempre. No puedes retroceder y fingir que todo es como era. Es absurdo. Y así lo veía él. Nunca más disfrutarían de esa confianza inicial y virgen forjada día tras día. Como una lluvia de verano que a todos sorprende, llegó la desconfianza y lo empapó todo.