29.1.12

Domingos por la tarde

Ocurre después de la comida. Tras el tortel, el café, el carajillo. Al mismo tiempo que una brutal somnolencia hace su aparición, cuando las conversaciones llegan a un callejón sin salida y se apagan hasta los rumores de la casa de al lado, esa donde siempre hay un bebé que nunca acaba de crecer. Llega de pronto, como una niebla espesa, más espesa que el humo del tabaco y los puros y se aposenta encima de la mesa del comedor en la que ya no caben más migas ni restos de comida, como un batracio satisfecho a partir de las cinco de la tarde, justo cuando uno está pensando en tomar otra café. Es la tristeza del domingo por la tarde, ese estado entre la melancolía y la pura pena que ataca a todo bicho viviente entre los tres y los noventa y tres años. Ese estado que, en los países nórdicos, contabiliza más intento de suicidio que en ningún otro momento de la semana. Ese estado que condujo a Proust a meterse en la cama y a no querer salir por más magdalenas y é que Céleste le trajera. Esa extraña congoja que empuja a mucha gente a invertir los patrones del tiempo y a intentar con desesperación prorrogar el sábado hasta el martes y a poblar los alter que abren el domingo al mediodía. Esa mezcla de vagos recuerdos de infancia llenos de relamidas voces de locutores deportivos y horribles sintonías que llenaban el patio de vecinos y cuadernos escolares con deberes a medio hacer y la sensación de empezar todo de nuevo y el miedo a que nuestros amigos del viernes hubieran formado otras alianzas durante el fin de semana y ya no nos «ajuntaran» el lunes y miedo también a que la señorita hubiera olvidado nuestros nombres.

Domingos por la tarde en ciudades desconocidas, en hoteles con moquetas imposibles y habitaciones con baños de color marrón que te empujan a pasear por bulevares vacíos con tiendas cerradas y gente que bebe sola en cafés a punto de cerrar.

Domingos por la tarde en agosto donde la ebriedad de sentir la ciudad para uno solo es reemplazada por el vértigo de tener la ciudad para uno solo.

Domingos de adolescencia a la salida de la Filmoteca, después de ver una película de Bergman (que en sus memorias hace varias referencias a la tristeza suprema del domingo por la tarde) que nos zarandeaba hasta la médula y que nos empujaba a partes iguales hacia el deseo de hacer cine y hacia el cementerio.

Domingos de invierno en una estación de metro en Brooklyn, donde un hombre negro alto como un jugador de baloncesto empezó de pronto a darse cabezazos contra una columna de hierro hasta abrirse la cabeza mientras aullaba: «Odio los domingos, Dios, cómo odio los domingos», y la gente desde el andén de enfrente chillaba: «Sí, hermano, ¿quién no?». (Las huellas de la sangre quedaron durante mucho tiempo en esa columna.)

Y, sin embargo, hasta la tristeza del domingo por la tarde tiene cosas buenas. Conozco parejas que se han conocido compartiendo ese miedo a la tarde del domingo. Conozco gente que empieza una novela siempre en domingo. Otros, durante el rodaje de una película, deciden empezar a rodar justamente en ese momento, dado que, a efectos del a complicada contabilidad ancestral del departamento de producción, cuenta como lunes.

Existen también personas que dicen no sentir nada especial esa tarde, que afirman que lo que a ellos lo que de verdad les deprime es el miércoles por la tarde o el jueves por la mañana. Pero es cosa sabida que hay gente que haría cualquier cosa por ser diferente a los demás, hasta fingir una alegría que no sienten un domingo por la tarde.



Isabel Coixet

4.1.12

Febrero-Marzo '12

"Hemos terminado de grabar nuestro quinto disco. Once canciones nuevas en castellano. Todavía sin título. Estamos orgullosos y felices."
 
Marlango

3.1.12

Cambios

Donde antes había nubarrones, ahora hay claros
Donde antes veía negros, ahora descubro blancos
Donde antes no paraba de llover, ahora luce el sol
Donde antes no paraba ni un momento, ahora busco entretenimiento
Donde antes aprendía, ahora desaprendo
Donde antes creía, ahora desconfio
Donde antes me despedía, ahora me reencuentro
Donde antes me rendí, ahora lucho
Donde antes despreciaba, ahora ignoro
Donde antes había silencio, ahora suena música
Donde antes había soledad, ahora hay (buena) compañía
Donde antes perdía, ahora gano
Donde antes había certeza, ahora hay incertidumbre
Donde antes había preguntas, ahora encuentro respuestas
Donde antes aparecía la cobardía, ahora se encuentra la valentía
Donde antes había desinterés, ahora hay pasión
Donde antes encontrabas dolor, ahora solo hay olvido

2.1.12

Quemando tus recuerdos

Vivir a la deriva
sentir que todo marcha bien
volar siempre hacia arriba
y pensar que no puedo perder.

(...)

Y vivir, qué cuesta arriba
Y sentir que no sé qué hago aquí
Y andar siempre arrastrado
Y perder, que no puedo pensar.