28.6.12

Gemma

Ha sido justo en el momento en el que ella cruzaba la puerta de la oficina donde trabajo cuando, inconscientemente, la he reconocido. Ha llegado y ha preguntado por Mireia, una compañera mía. Le he pedido su nombre y, al oírlo, lo inconsciente se ha vuelto consciente de forma instantánea. No me lo podía creer y por eso he titubeado más de la cuenta. Ella no ha dicho nada, por supuesto. Nos encontrábamos en una atmósfera de formalidad que nos impedía el compartir comentarios cercanos acerca de cómo nos había trato la vida en los últimos años. Y es que hacía eso, años, que no sabíamos nada el uno del otro. Recuerdo mil y una situaciones vividas con ella. No sé si también será su caso. Haciendo memoria puedo pensar en que para estas fechas ha hecho 12 años desde que dejamos de compartir esa escuela de primaria. Esa escuela, ahora todo lo asocio, que abre (gracias a la iniciativa del ayuntamiento) durante el verano, permitiendo así que uno se reencuentre con un lugar tan estimado en aquella lejana infancia. Y, coincidencias o paranoias a parte, ocurre esta historia el mismo día en que, al finalizar la demasiado larga jornada laboral, voy a casa de mi madre, ésa que está situada a menos de 2 calles de la suya. No nos hemos dirigido ninguna palabra informal, sólo aquello estrictamente profesional. Todo ha quedado ahí, en el ambiente, en la curiosidad por pensar si el otro también se ha dado cuenta y está disimulando o más bien no ha advertido la identidad del otro ni la relación entre ambos. Lógicamente, yo he jugado con ventaja y esa ventaja es la que me ha hecho preguntarme por opciones como la de decirle mi nombre (ella ha estado obligada a decirme el suyo) o utilizar el mail o el móvil que puedo ver en la base de datos para ponerme en contacto con ella y despejar así esa incertidumbre. Pero no. Es mejor así. Justo antes de irse, así como hace la gran mayoría de personas que participan en alguna entrevista y no desean quedar mal en el último momento, se ha despedido de mí. Y yo, por ahora, también me he despedido de ella. Mi compañera (ya casi diría amiga) de trabajo me ha informado que la veré más días ya que vendrá a firmar contratos y tendrá que traer los boletines de las horas. Eso me asegura hablar (y mucho más que hoy) con ella, compartir momentos (un poco más informales) en los que indagar sobre esa personalidad que creo conocer, ver si esa persona que creo recordar permanece ahí o ha dejado paso a otra Gemma. Eso no me asegura que me llegue a (re)conocer o, en todo caso, que nos decidamos a compartirlo con el otro, pero quién sabe si es mejor así...

21.6.12

Aforismos. Juan José Millás

El exceso de información nos ha convertido en una sociedad ignorante al modo en que la abundancia de libertades económicas nos ha hecho esclavos de los poderes financieros. Ya ven: todo conduce a su contrario. Así, Bankia fue intervenida porque funcionaba bien y a Rato lo arrojaron por la borda para premiar una gestión brillante como pocas en el panorama actual. En realidad, no lo arrojaron por la borda, se fue porque quiso, pero se fue porque quiso al mismo tiempo que lo arrojaban por la borda. Estas acciones simultáneas y excluyentes, también muy de la época, ya no nos causan extrañeza. Ni el mismo Rato sabe, a estas alturas, si se lo quitaron de encima o se marchó de forma voluntaria. Además le da igual, pues lo importante es que entre lo que pilló tacita a tacita mientras hundía Bankia y lo que le hemos dado de indemnización por dejar de hundirla, se va con el riñón forrado. Cabe preguntarse por qué indemnizamos a quien nos lleva a la ruina en lugar de a sus víctimas. Pues por la misma lógica que el exceso de información nos ha conducido a la ignorancia y el de libertades a la esclavitud. Para recuperar la lógica de antaño, y con ella la libertad y el conocimiento, tendríamos que volver a la sencillez aforística, que es lo que hizo Botín el otro día al proclamar que el banco malo no es bueno.


¡Cuánta sabiduría hay en lo obvio! El banco malo no es bueno; el hombre alto no es bajo; la mujer rubia no es morena; el ascensor estrecho no es ancho; el caballo no es perro, etc. Comparen ese discurso diáfano con el de Luis de Guindos acerca del Banco de España: el Banco de España, dijo, es una institución muy prestigiosa que pronto recuperará su prestigio. ¿Cómo va a recuperar lo que no ha perdido?




O mentía en la primera parte de la proposición o mentía en la segunda, aunque, conociéndole, quizá mintiera en las dos.






EL PAIS , 18-V-2012