23.7.12

Las guapas no madrugan

Otro lunes más. Son las 8 de la mañana. El metro está repleto de gente. Caras dormidas que se pasean por aquí y por allá. Pensamientos vacíos. Demasiado pronto como para sacar el libro y leer un poco. Demasiado pronto como para pensar algo coherente. Algunos hojean (u ojean) periódicos -la mayoría gratuitos. Otros posan su escaso interés y atención en la BlackBerry, Iphone ó Samsung Galaxy S3, escribiendo por Whatsapp o jugando al Angry Birds. Otros nos miramos entre nosotros. Tratamos de imaginar a qué tipo de lugar va el que tenemos delante y proyectamos, a la misma vez, el antro en el que pasaremos las próximas 10 horas. Nadie habla. Todos vamos solos. Hay incluso una mujer que, sentada, se va maquillando: ahora los labios, coge entonces unas pinzas para retirar algún pelo travieso, ahora el colorete... Y tú te la quedas mirando esperando que en algún momento que el metro se sacuda más de lo normal, se clave en el ojo el lápiz con el que se está haciendo la raya. Pero hoy no tendrás suerte. Ella sí. Es su primer día en su nuevo puesto. La han ascendido. Comienzas a repasar la cara de todos los acompañantes de ese vagón tan poco feliz. Hombres dormidos, mujeres cansadas. Sin ganas. Y de repente, te das cuenta: las guapas no madrugan.

2.7.12

Estos tiempos

La verdad, todo es tan desolador y desesperante...

El realizar esfuerzos para estudiar (y aprobar).
El estudiar para trabajar.
El trabajar para sufrir (¡y quejarse!)
El codiciar para odiar.
El recordar para no poder ya más olvidar.
El realizar esfuerzos para prosperar.
El esperar para no tener que pensar.
El escuchar para no poder replicar.
El hablar para no ser escuchado.
El ser escuchado para no ser tenido en cuenta.
El dormir para tener que despertar.
El soñar para luego desilusionar.
El pensar para equivocarse.
El ver para olvidar.
El esforzarse para no sé aún qué.
El escribir para nunca publicar.