23.1.10

Prostitutas.

Cuerpos abandonados al abandono. Almas expuestas esperando, tal cualquier comercio, nuevos clientes. Cada noche la más cruel de las indefensiones. Y siempre la misma actitud. Pase lo que pase, mañana, a la misma hora y en el mismo sitio. Clientes frecuentes, habituales, novatos y por encima de cualquiera de ellos, los peores: aquellos que se dedican a poner trabas a nuestra profesión. Como si ellos fuesen los únicos a los que no les gusta lo que hacemos…

Llegada a la zona de trabajo, encuentro con las amigas, saludo inicial, charla rápida del día anterior y siempre el mismo mensaje: ¡buenas noches, chicas! Es absurdo que alguien pueda intentar pensar lo que sentimos. ¡como si fuésemos tan importante! Si no lo vives, es imposible llegar a entender el menosprecio, la prepotencia, la ausencia de orgullo, la tristeza que se siente cada una de las tardes al llegar la hora de “hacer la calle”.

Hay quien dice que lo peor son los clientes que pagan por explicar sus miserias, como si nosotras fuésemos psicólogas, pero para mí lo peor es ese sentimiento con el que la sociedad nos impregna y nos niega la posibilidad tan legítima de ser mujer para, de manera excluyente, ser de manera indefinida y exclusiva, una puta.