Con el paso de los años me volví más terco y testarudo. Nunca
me daba por vencido hasta llegar a conseguir todas mis metas. Quizá me convertí
también en más cascarrabias. Dejé de entender, de pronunciar y de escuchar la
palabra “no”. Comencé a pensar diferente, a mirar la realidad desde otro punto
de vista. Luego me di cuenta, dejé de pensar tanto y empecé a actuar. De un
tiempo a esta parte valoré mi propia opinión en mayor mesura y la apliqué
siempre que pude. Dejé de prostituirme por unos cuantos billetes de más con una
vida de menos. En la misma medida, abandoné los hábitos que me habían llevado a
gastar y gastar sin mesura. Escuché más y valoré de forma diferente a todas
esas personas que me rodean. Invertí la cantidad de tiempo que les dedicaba y,
en consecuencia, cambié mis prioridades vitales. La idea de tener hijos pasó de
una negativa sin vuelta de hoja a una realidad en unos pocos años. Aprendí a no
venderte, a ti, por un trabajo absurdo. Por último, olvidé la idea de pretender
cambiarte (con el ticket de compra).
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