Y de repente, eran dos extraños. Todo se encadenó en una discusión. Quizá en la primera discusión, porque para ellos no eran nada frecuentes y posiblemente por eso fue tan traumático. Desde ese momento, no se miraban a los ojos. Se autocensuraban opiniones o tonterias. Evitaban al máximo hablar y acudían a lugares sólo por hábito o necesidad. Como recitaría Pablo Neruda, estaban callados y ausentes. Cada uno pensaba para sí (creyendo no herir al otro) los comentarios que antes hubiesen sido objeto de risas, sorpresas, extrañeza o simplemente nuevos comentarios u opiniones. A priori no parecía que esa disputa cambiaría tanto sus vidas pero, efectivamente, fue así. Al final, lógicamente, como ocurre con todos los extraños que no conozco, se dejaron de ver.
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