La sensación es parecida a cuando estás en una sala vacía,
sin ningún ruido. Como estoy ahora yo. Solo esperando a que pase el tiempo.
Y así, en silencio, se te va acercando. La primera
vez no le das demasiada importancia, te coge muy lejano. Y poco a poco, a
medida que tu edad avanza, los casos a tu alrededor se multiplican.
Pasa de ser la prima del pueblo de tu vecina a la cuñada de
tu mejor amigo. Pasa de ese cantante con el temazo de hace 20 años a la hermana
de la clienta de tu tienda, al tío de tu amiga o a tu compañero de trabajo.
Hasta que llega un día que te toca a ti. Primero te resistes
a ir al médico por esa tos. "Ya se me pasará"... pero cuando te
llaman para que vayas lo antes posible a la consulta, empiezas a preocuparte.
Y entonces es cuando van a ti directamente dirigidas (y
difícilmente digeridas) esas extrañas palabras: "biopsia",
"melanoma", "linfoma" o "metástasis".
Y te obligan a olvidar, poco a poco, algunas palabras hasta
entonces familiares: "benigno", "antídoto" o
"cura".
Y te resignas a cambiar tu esperanza por interminables horas
en silencio en cualquier hospital mientras grabas a fuego en tu memoria una
nueva palabra: "quimioterapia".
Y es que incluso si lo consigues, acaricias la
"victoria" y logras alejarte de la palabra "muerte",
siempre te estará acechando la "recaída".