Una vida vale en el mercado de los Encants 800 euros. A
veces un poco más. El pasado lunes, por una cómoda y un armario, los libros,
los discos de vinilo, el álbum de fotos, abierto por la página del día de la
boda, la colección de sifones, platos decorativos de plata bien bruñida, una
máquina de escribir Underwood de cuatro filas de teclas, o sea, tal vez de los
años 40, la vajilla de porcelana, una santa cena de baldositas cerámicas, una
mesita de noche de tres patas, con su lámpara de tulipa glaseada, y decenas de
objetos más se pagaron casi 6.000 euros. No es lo habitual, pero 6.000 euros
por los objetos de toda una vida sigue sin ser gran cosa. Los Encants no
necesitan ser presentados a estas alturas, pero sí sus subastas matinales, que
por estas fechas comienzan cuando aún no se ha asomado el sol.
Tres días a la semana llegan los camiones cargados con el
contenido casi completo del piso de algún recién fallecido. Lo de siempre, la
familia no sabe qué hacer con todo aquello y lo malvende o lo entrega a cambio
de nada. Lo que importa es el piso. No el contenido. Cada vida, así, es un lote
que llega a bordo de un camión. En la plaza central de los Encants, sobre el
suelo, tres días a la semana se subastan 39 lotes. Son los que caben. Cada puja
no suele durar más de un par de minutos. Menos que un funeral. Para alguien que
asiste por primera vez a esta ceremonia (como es el caso), resulta perturbador.
Una charla a pie de lote con Jordi Baron, sobresaliente coleccionista de fotos
antiguas e institución en este bazar único en el mundo, hace más amargo aún este
cáliz cuando con una frase lo resume todo. “Todos terminaremos algún día en los
Encants”.
Cada puja comienza con la misma frase por parte del
‘speaker’. “Material tal cual lo ven”. Así es. Los lotes, las vidas, ocupan un
rectángulo de unos 10 metros cuadrados sobre el suelo. Lo que se ve es lo que
hay. A veces aclara si a una silla le falta una pata y si esta está por ahí,
para que quede claro que es una incidencia reparable. Después, comienza la
venta. El precio de partida es a veces de solo 60 euros. Realmente no somos
nada. Con gestos casi imperceptibles, la cantidad sube. Se hace dificil
establecer una media exacta, pero no es disparatado concluir que una vida se
despacha en los Encants por unos 800 euros. Los compradores suelen ser
marroquís, unos tipos encantadores. Son parte de la vida cotidiana de este
mercado. El lote se subasta entero. Después ellos se encargarán de trocear la
pieza, como si fuera una vaca argentina, con buenos cortes. Alrededor de la
subasta suele haber quienes ya le han echado el ojo a un cuadril, un lomo o un
bife. Mustafá, por ejemplo, es el hombre al que buscan los cazadores de
negativos fotográficos, un subgrupo singular en este ecosistema matinal, gente
a la que algún día esta ciudad tendrá que hacerle un homenaje, porque con su
afición están salvando Barcelona de una dolorosa amnesia audiovisual. Años
atrás, en los antiguos Encants, estas subastas también se llevaban a cabo, pero
entonces aquello era un pandemonio. Los compradores se quedaban el lote entero,
pero solo se llevaban luego los objetos que suponían que revenderían con
facilidad. El resto se quedaba ahí disperso, sobre el cemento, a veces bajo la
lluvia, hasta que pasaba la brigada municipal y lo trituraba todo, como un
‘steak tartare’ de recuerdos, muebles, cuadros y fotos de la primera comunión,
quizá algún tesoro.
Algún día --predice Baron-- llegaran aquí los muebles de
Ikea, las fotos en discos duros o en lápices de memoria, el monopatín que ya
nunca salió de casa desde que comenzó a fallar la cadera, pero de momento el
patrón común es otro. Muchas vírgenes y santos. Porcelanas. Recuerdos de la
mili. Colecciones de búhos. Cuando fallece un médico de los de antes no es
extraño que junto a la biblioteca de tratados de anatomía aparezcan un par de
cráneos. En el caso de que el finado sea un jefe de estación, la gorra y el
bastón de ferroviario. En lo funerales, laicos o religiosos, se despide a un
amigo. En los Encants se le conoce a fondo. Impúdicamente, se podría decir. El
miércoles, en dos de los lotes había un pequeño rincón de revistas cochinas,
setenteras. “Chicas de lujuria”, prometía la portada de una de ellas. Susana
Estrada mostraba una teta, muy poco para ser ella.
En la subasta de otro piso, un ejemplar infantil de ‘Marco,
el niño genovés’, apenas tapaba un ejemplar de ‘La Porra’, revista lúbrica que
en ese número prometía obscenos cuentos de burdel. Aquello era la vida más
privada de alguien. Un vicio. Eso no estaba a la vista cuando recibía visitas
en casa. El intento de explicarle a un amigo de Mustafá quién era Susana
Estrada termina en un absoluto fracaso. No parece que sea solo una cuestión de
idiomas. No comprende lo que supuso aquella teta para la política municipal
madrileña.
La entrada a la subasta, por si no había quedado claro, es
libre. Madruguen. Hay quien cree de un tiempo a esta parte que Barcelona es el
ombligo del mundo. Es muy discutible. Pero, venga, si se acepta la tesis, que
quede claro que no lo es por su glamur, impostado la mayoría de las veces, sino
por lugares como los Encants. No hay ombligo sin pelusilla.
http://www.elperiodico.com/es/noticias/barcelona/una-vida-vale-800-euros-los-encants-5782826